ISLA DEL PECADO (TEASER ONLY)
Al norte; tres niños pateando una pelota en la cancha. Al sur; nueve turistas llegando de un paseo en lancha. Al este: la iglesia del pueblo con el portón cerrado y a lado un burdel privado. Al oeste; en el pasillo del primer piso, bajo la luz de una linterna opaca. Se acerca clandestina; su flaca.
Sentado en un sofá de cuero marrón, tenía enredado en la mano izquierda una corbata y en la derecha, un cinturón. Primeramente, había reforzado con tablas el colchón. Pero no satisfecho, concluyó que habría menos ruido y una mayor resistencia si lo tiraba al piso en medio de la habitación.
En la orilla del colchón, con doblado de tintorería, el uniforme de una azafata. Rodeado de fotos sin alineación, clavado en la pared, un ventilador de lata, y más abajo la pintura de una Diosa Egipcia bañada en plata. La ventana abierta. Y con el viento del ventilador de lata, bailando como una acróbata, la cortina barata.
El sonido de sus primeros pasos subiendo las gradas y la idea del rebote de sus manos al darle la primera nalgada, le dieron una erección. Se le trabaron hasta los dedos de un pie, se le calentaron las orejas. Se le expandió la nariz y soltó un suspiro tan profundo que sacudió la siembra de maíz.
Al llegar al final del pasillo, la flaca tomó una pausa frente la puerta verde. Mientras su mano derecha se proponía alcanzar la manija, se percató de dos cosas; la puerta semi abierta, y en el piso, debajo de la puerta, había un sobre blanco con su nombre. Como toda una dama, doblo la parte de atrás de su vestido, en la parte posterior a sus rodillas, se acurrucó, y lo recogió. Lo sostuvo en sus manos unos minutos antes de colectar el valor para abrirlo. Para él, esos minutos fueron como un eclipse solar. El sobre blanco tenía una advertencia muy particular…
Peligro: Usted está traspasando territorio Apache. Del otro lado habita un indio canalla y guache, no hay ley ni constitución que la ampare. Del otro lado hay un cocodrilo que asecha en total calma y un lobo que se come hasta el alma. La puerta cerrada y usted del otro lado, es una autorización, para revolcarla en cualquier posición.
Sin importarle ensuciar las flores en el vestido, se sentó, agacho la cabeza, doblo las rodillas para reposar la quijada, y se abrazó las canillas. La advertencia casi le causa un paro cardiaco. Le tembló el cuerpo entero. Considero seriamente salir corriendo como la loca del pueblo.
En la habitación comenzó a sonar, en un jugador de disco de vinilo antiguo “Viviré en tu recuerdo” de Juan Luis Guerra y su 4:40… “Viviré en tu recuerdo, como un simple aguacero de estrellitas y duendes. Vagaré por tu vientre mordiendo cada ilusión. Vivirás en mis sueños como tinta indeleble, como mancha de acero, no se olvida el idioma cuando dos hacen amor…”
¡Mira que hijueputa! – Comerciante de seducciones. La canción le erizó toda la piel, se levantó, se llenó de fe, termino de abrir la puerta y con un movimiento hawaiano en la cadera, ingreso.
El indio apache, totalmente desnudo, la esperaba de pie, en la mano izquierda aun tenia colgando la corbata. Con un pie frente al otro, la cabeza agachada, la mirada fijada y la mano derecha extendida con la palma hacia arriba. Ella, le correspondió y también extendió su mano y reposo su palma encima de la de él. Él, se acercó un paso más, le vendo los ojos con la corbata a su hembra. Ella dejo caer el sobre y sus prendas, y como la briza de mayo baila sobre la siembra, bailaron desnudos y soltaron la rienda.
Acto siguiente, como quien lleva una niña a la hamaca, la tomo entre sus brazos en forma de cuna y la sitúo a lado del traje de azafata. Se quedó de rodillas y le dio un masaje en un talón. En búsqueda de más aceite, latiendo a mil por segundo el corazón, como Cristóbal Colon descubriendo el nuevo mundo, deslizo su mano y le exploro la pierna. Luego se enganchó de ese caderón, le dio vuelta y la puso boca abajo, y todavía vendada, le dio la primera nalgada, con el cinturón.
Le dio un masaje de los pies a la cabeza, le dio una mordidita en la oreja, le mimó cada poro, le masajeo por cuatro minutos cada codo. A punto de subírsele en la espalada, más rígido que un toro, cambio de dirección y termino al lado derecho de su amada, no sin antes atenderle la melena. Ella le correspondió desplazando y dejándole encima una pierna. Se dieron un chapuzón en sus miradas. En total silencio se observaron, en total conexión compenetraron. Él siempre supo que ella era especial, pero fue ahí, en ese silencio, perdido en el medio de la nada, y ajeno a todo que descubrió el por qué esa voz y mirada celestial.
Del otro lado de su pupila, él se perdió y se encontró. Del otro lado de su pupila, fuera del planeta, como niño astronauta en excursión, aterrizo en Júpiter, y brinco a Marte, y luego a Venus. Y así sucesivamente brinco de planeta en planeta, y en un cometa aterrizo en Egipto. Ahí estaba ella con esa piel tan fina, surgiendo de una piscina de oro, soberana absoluta del imperio. Él de rodillas con ofrenda en mano. Y se preguntó “¿Es posible que, en otra vida, fui su sirviente o su esclavo?”
TO BE CONTINUED